jueves, 16 de diciembre de 2010

Mi hoja de desperfectos

pido y/o sugiero,




Que se estandarizara la fanta de naranja en los horizontes expropiados de mi ventana.


Y quede un presupuesto para obras de canalización en cada una de tus sonrisas.


Que se indique con exactitud, donde me queda el corazón y se proceda al trámite de su homologización.


Solicito asimismo, la devolución del interés por compensación de las bocas no encontradas y un tanatorio para los besos terminales.


Urge reparar los cimientos de mis sueños de construcción defectuosa y /o su sustitución por vigas reforzadas con remaches de nuevos futuros, (atendiendo a las especificaciones del fabricante en el diseño).


El compuesto de mi almohada requiere revisión, no me encajan las noches con los días: duermo triste y me despierto feliz.


En el pavimento de mis dudas, solicito un nuevo revestimiento, quizás de adobe por las particularidades higrófilas de absorción.


El muro de carga precisa un refuerzo urgente al peso de las desilusiones y el aislante de tu mirada se ha comprobado insuficiente.


Por otro lado ha de quedar prohibida en la memoria diabética de mi boca el regusto de tu sexo, prefiriendo edulcorantes para equilibrar mi adicción. Solicito se separen los dos átomos de cada una de las moléculas de mis lágrimas en adopción, enviando para su desguace al hidrógeno.


Sugiero quede abolido el trámite administrativo de los silencios y si fuera necesario se declarara el estado de alarma por quince días prorrogables en las autovías de tus deseos.


No quisiera, sin embargo, que tuvieras en cuenta como medida preventiva la eliminación de las causas en origen.


Pues de ellas, vivo.

lunes, 6 de diciembre de 2010

he ido a esperarte.

Hoy te he echado de menos.

En la cola del Carrefour. Y luego he ido a esperarte.
y me he subido a una farola.
Y en la almohada he escrito: te espero.
Sobre un yogur. Te he esperado. Con algo de hambre
y fui a esperarte entre los taxis y sus paradas.
Esperando detrás de los que esperan. Me he pasado la tarde.
En la ventanilla de un cine. Te he esperado
Y esperé espiando las nubes
apoyado sobre un pié.
Te esperaban mis ojos y la ropa que llevaba.
Y hasta las llaves de mi coche te aguardaban.
Mis pestañas en fila han estado esperándote.
En el aeropuerto y algo después en un hospital.
Te he esperado cuando se iba la tarde.
Y luego te he esperado, y hacía frío.
Y luego te esperé y era de noche.
Así de oscuro te he esperado.
He pedido la vez, algo mojado. Porque además llovía.
Por si aparecías.
Firmé un crédito, por esperarte. Esta mañana.
Y te estuve esperando con mis dedos tan enredados.
Esperándote quietecito, como un muerto.
Te esperé sobre los que me miran.
En Pakistán y Albacete.
Y esquinado y bocabajo. Y de lado. Y tumbado.
Y en el baño, con la puerta entreabierta.
Te he esperado por partes.
Y hasta objetivamente.
te esperaba mi sangre y mis articulaciones.
Y todas mis fotos te esperaban.
Esperarte ya no es un estado, ni un capricho
Es el modo en el que se vivir.

martes, 30 de noviembre de 2010

El factor de protección solar.


Nos bañaremos entonces. En el último ángulo del sol, en el perfil de cualquier día.

Quizás ya, al término de un verano.
Haré inventario de las horas que compactamos sobre la arena y los 100 ml de protección solar.
Me pedirás por última vez la toalla y volverás a secarte el pelo. Luego sonreirás.
Recogeremos nuestras cosas y nos iremos sin prisas. Volveré, entonces, la mirada atrás, preguntándome.
Dónde dejé mis otros veranos.

lunes, 29 de noviembre de 2010

sobre preguntas fáciles y respuestas difíciles

Hace poco comí con una amiga mía, un día de estos laborales. Hablábamos por hablar, frente a frente, en una  escueta mesita, en el restaurante de un polígono, con la satisfacción que proporciona incrustar al paréntesis laboral una conversación banal.  (No tiene  uno, además, la necesidad de interpretar ningún otro  papel social. El equilibrio de actores es el mismo en el restaurante de un miércoles. Se va a comer. Y poco más). De modo que conversábamos casi sin mirarnos, más pendientes del acierto del tenedor,  arropados con el descaro que proporciona el exilio consentido del trabajo.  La escuchaba a ella, y me entretenía al mismo tiempo escudriñando de reojo las charlas vecinas, mirando de vez en cuando el fondo autista de una televisión, pendiente del trasiego de los camareros, inquieto en todo caso, por mi segundo plato, consciente que una postura de indiferencia es  la diferencia que permiten  la comodidad de estas posturas. Ella hablaba, con locuacidad y cierta complicidad y yo asentía o hablaba , y ella comía; soltó, entonces, repentinamente una pregunta que me desconcertó.  (Creo recordar que la conversación giraba, a salto de mata, en torno a la  vida en general, las experiencias, incluso el  amor, las desilusiones, las parejas… no sé bien...). - Pero a ver dime. Preguntó con el cuchillo en la mano izquierda ¿Tú  qué es lo que más valoras en la otra persona?-  Y digo me sorprendió no porque la pregunta me pareciera que invadiera en exceso mi intimidad, o  estuviera fuera de lugar, o excesivamente escolar,  cualquier contestación habría servido entre amigos.  Me sorprendió porque siempre me atasco cuando trato de explicar que admiro por encima de todo a aquellas personas que tienen “consciencia de su existencia”. (Ahí es ná) Pero mi interlocutora es infinitamente más ágil e inteligente que yo, y sin inmutarse y sin dejar el postre vivo, vino a refundirme lo que yo mismo quería decir.  (En tanto esto es un blog particular sobre literatura  y no me pagan, no entraré en detalles…, o lo hago más adelante).  De cualquier modo, a lo qu voy…,  eso es lo que esconden las lecturas que mejor captan mi atención: El placer de invadir  la existencia de otro, a través de su propia consciencia, para entender mejor la nuestra.  (ein?).

París, esta mañana. Desde la ventana de la parisina más talentosa del mundo mundial

lunes, 8 de noviembre de 2010

sala de espera.

Son las 17: 55 horas, bueno.. . ahora 17:56.


Estoy encerrado en mi coche. E l capó está abierto y trabajan en él. He sacado el portátil. Estoy en el asiento del copiloto.

Esta mañana yendo a trabajar, el coche se vino abajo. El motor se paró en medio de la autovía. Aún con lo inercia me dejé llevar, rezando por encontrar un hueco donde no obstaculizar el denso tráfico de la mañana. Cuando quise detenerlo me di cuenta que los frenos no funcionaban. Tampoco la dirección asistida. Sonó mi móvil en ese instante. Cojones los míos lo cogí. Así que tenía tres problemas.

-Sí, dígame.

-Buenos días, le llamo del servicio de instanet, referente a su reclamación sobre el adsl. ¿le pillo en buen momento?

-si, si.. . Estupendo!, (me dirigía sin remisión al quitamiedos). Lo cierto es que tampoco podía hacer gran cosa.

-queríamos saber si el servicio funciona correctamente.

-pues mire, no. Funciona más que regular… discúlpeme un segundo. Estoy eligiendo un lugar para estrellar el coche.

¿Perdón?

-es sólo un segundo.- a la derecha del carril se abría milagrosamente un hueco, un arriate quitaguas de medio metro aproximadamente, luego algo de campo y un contenedor de basura. Pensé que con un todoterreno no tendría mayores problemas en salvar el arriate. (Luego siempre he querido llevarme un contenedor por delante, de modo que era una magnífica oportunidad).

(Mientras escribo esto mi atención se ha dirigido al un sr, que acaba de llegar. Lleva unos pantalones negros, una camisa roja, un cinturón rojo, unos zapatos rojos, una corbata negra). Estoy en San Juan de Aznalfarache. Le he comentado al mecánico que he visto pueblos feos, pero que este duele. Me ha contestado que una mierda y esto, son dos mierdas. He asentido reflexivamente. Es una gran verdad. Y este señor contribuye.

-Srta. No me cuelgue, por favor. (Llevaba esperando esa llamada hacía semanas).

El coche pasó, efectivamente, por encima del arriate, por el espejo retrovisor vi que saltaba una pieza de los bajos. Agarré con fuera el volante y apunté al contenedor. El golpe fue suave, apenas para tirar a cámara lenta el container verde de las basuras, el coche se detuvo. Saqué la cabeza por la ventana, aún agarrado al volante… y pensé.., pues vaya mierda.

Cogí de nuevo el teléfono.

Srta.?. Sigue ahí?.

Fin de la chorrada, me estoy quedando sin batería en el portatil

domingo, 7 de noviembre de 2010

todas las ventanas.

Despejó de un lado los nombres. Limpió las paredes altas. Ordenó las tapias y los contramuros. y subió a la azotea. Se apoyó en el quicio, descarcelando algunas sombras, al perfil de la terraza. Y permaneció inmóvil.


Le lloraban los codos.

Quedaban aún, sobre las antenas, las mismas imponentes montañas, un rastro usado del día. Los últimos ruidos que evaporaban las aceras. Las prisas ajenas menguadas. El frio del silencio subiendo a tropel huyendo de las habitaciones, empujaba su espalda.

Ya no era un hogar. Las horas habían abandonado los pasillos, la cocina, el baño, las camas, y se habían incrustado en los azulejos, en el cemento, los contrafuertes y los relojes. En los espejos y en los rodapiés. En todas las columnas vertebrales. En los desayunos y en las cenas. Tensó los tendones de los dedos. Crujieron las marquesinas. Levantó los codos. Enmudeció la calle y sus antenas. Dio media vuelta.

Y volvió a bajar.

Y tras él. Su horas fieles.




viernes, 5 de noviembre de 2010

Los Principes, la Hormiga y yo.

Me llamaron el otro día de la Agencia ACE (Agencia del cortometraje), de la que estamos asociados por la empresa. Me comunicaban que habían seleccionado una serie de cortos de animación infantiles, entre el que estaba uno nuestro, que compilarían en un DVD y lo entregarían a los Príncipes de Asturias (Altezas Reales, se ahora que se dice) para su disfrute.



De forma inmediata me vino la imagen de los príncipes abrazados en el real sofá de su casa, un sábado por la noche, con el real mando de distancia entre los delgados dedos de Leticia, viendo en una pantalla de 52 reales pulgadas nuestro plebeyo corto subvencionado “La Hormiga y la Cigarra”.. y no se muy bien, algo no me cuadraba. Lo cierto es que pensé.. ¿se pondrán a zumbar con nuestro corto detrás?. De modo que pregunté:


-oiga.. no son un poco mayores para esto. (No me refería a zumbar)


-no, no.. El regalo es para sus hijas.


-ah. ¿Pero ya tienen niños?


(Silencio acusador de mi interlocutor).


-Dos infantas: Doña Leonor y Doña Sofía.- Contestó con algo de sequedad


-¿Ya son infantas?.- (acerté a inquirir, sin saber muy bien por qué hacía esa pregunta tan ridícula, mis nociones reales son más bien escasas).


-¿Cómo?.


-no, que me parece muy bien. ¿yo tengo que ir para algo?


-¿Dónde?


-a la casa real. Si tengo que ir a la casa real.


(Parecerá una tontería, pero me imaginaba en el salón de los príncipes, en medio de ellos, riéndonos juntos, abrazados y la Leti haciéndome ojitos).


-no, que va. No hay recepción prevista.- (aunque me sonó como un “tú pá ke cokojes tienes ke ir ni ná, peazo gilipoyas).


-¿está usted seguro?. Volví a insistir.- (cuando en la puta vida voy a tener otra oportunidad-.pensaba)


-¿de qué?


-¿de que no me esperan?. Mire, tengo sobrinas, las podría llevar, que hagan migas con las infantas. ¡Seguro que lo agradecen los príncipes!. Vamos, yo me pago el viaje, si hace falta.


-no, mire.. (Comenzaba a notarlo algo cabreadillo). Esto es un regalo que se entregará sin más. Entiende?. Usted me tiene que decir si autoriza la inclusión del corto en el DVD.


-Puede, puede usted incluirlo, pedo apunte en un possit mi teléfono en el DVD, no sea que quieran preguntarme algo, vaya usted a saber. O que me hagan una llamada perdida. Si eso.


Luego se cortó la llamada, posiblemente se quedaría sin saldo.

martes, 2 de noviembre de 2010

Andando, que es gerundio.

Ando, y luego ando, y vuelo a andar.

Bizco, bizcochado y con una zanahoria. A medio gas.

Ando, y ando, y luego vuelvo a andar.
Pongo un pie delante y ya no está el de atrás.
No nos enseñaron los soles.
Ninguno de los colores.
(No aprendí a caminar).
Por más que ando, y luego ando, y vuelvo a andar.
Hay setas en las autopistas. Y calles listas.
Y gente que se muere en edificios de ladrillo visto.
Y ascensores
De botones negros.
Y es todo muy artificial.
Las bolsas de basura, todos los cielos de cristal.
Las perchas de plástico quizás, las más.
Asi, que ando, y luego ando, y vuelvo a andar.
Y miro atrás o miro adelante.
O no miro. Y respiro, y estiro.
o bien, si me da la gana, me siento.
Total, para ver andar.
O esperarte.
Y caminar.

Valle del Genal. Serranía de Ronda. (Málaga, España)








miércoles, 20 de octubre de 2010

Trafalgar y los soles de Cádiz


Hará cosa de tres años, coincidiendo con mi entrada en la empresa en la que estoy actualmente estoy como gerente, teníamos sobre la mesa un hermoso proyecto: La realización de un documental en 3D animación sobre la Guerra de Trafalgar. La idea me sedujo desde el principio. Previamente se había contratado un equipo de guionistas y documentalistas y los técnicos en infografía habían experimentado con audiovisuales similares. Teníamos por tanto, el guión, y conocíamos las técnicas necesarias de animación. Desde el principio, para entrar de lleno en el proyecto me hice con todos los libros que pude acerca del conflicto: Desde Benito Pérez Galdós a Arturo Pérez Reverte. Y busqué localizaciones para las tomas reales, de Cádiz a Gibraltar contactando con algunos museos en Londres. A medida que iba conociendo más acerca de la guerra naval que enfrentó a España y Francia contra Inglaterra en costas de Cádiz, aumentaba mi curiosidad y fascinación por la época, los detalles. Resultó luego, que tuvimos que focalizar nuestro esfuerzo en el rendimiento empresarial y nos quedamos sin margen ni recursos económicos para afrontar los requerimientos que conlleva un proyecto de esta naturaleza. Y si escribo estas líneas en este blog, que he querido versarlo en torno a los libros y a las lecturas, (luego veremos a ver lo que sale), es porque el resultado de aquel acopio de información y datos tuvo un impacto muy particular en mi vida, y de manera más concreta, en mis veranos.
20 años atrás mis padres compraron un pequeño apartamento en Barbate (Cádiz) entre Zahara y los Caños, de modo que el levante del estrecho y la rubia arena gaditana se convirtió en epicentro veraniego familiar, (y de alguna otra escapadilla robados a los fines de semana de invierno). Un lugar de veraneo, sin más. Así fue a mis ojos durante muchos años, hasta que comencé a involucrarme en el proyecto Trafalgar. Desde entonces, mi percepción es absolutamente distinta, y muy a menudo cuando tengo oportunidad de ir a sus playas, aplaudidas las puestas de sol desde los chiringuitos (un día habrá que dedicar un artículo completo a las sensaciones de las aguas y tardes de Cádiz), me quedo tendido en la arena, largo rato, mirando el mar. Recreo entonces aquel día de 1805, los buques ardiendo, machacándose a escasos metros con enormes esferas de hierro, la arena sobre las cubiertas de los barcos, para drenar la sangre. Las gigantescas banderas coleando en las popas de cada barco, la Santísima Trinidad, el mayor buque de guerra entonces del mundo, construido en Cuba. Los personajes, reales o ficticios, como Gabriel, el protagonista de Galdós, arrastrándose por la playa y salvando su vida en el último minuto, los días posteriores a la batalla, con barcos sin timón cargado de heridos, amputados, meciéndose en el temporal entre vómitos sobre los despojos de madera a punto de hundirse. La guerra de Trafalgar fue un hecho real, una bestialidad. Los ingleses la recuerdan con su Trafalgar Esquare y los españoles, achacando la culpa a la cobardía francesa.
Del proyecto del documental cuyo guión miro a menudo de reojo dejo esta demo, con algunos trazos de animación. Y sé, que volveremos a él. Del mismo modo que inevitablemente se vuelve al sol de Cádiz. Y… a ver, si un día.. sentadito en la arena, dos siglos después, en el remolino de los efectos poéticos digitales actuales, puede decir nuestro equipo, ahí va nuestra aportación como recuerdo y homenaje, y testimonio. En los veranos de Cai uno puede elegir las gafas para el sol, las de Alberti o la historia, o ambas. Luego el mar, es otro. Mucho más inmenso.

lunes, 11 de octubre de 2010

Amin Maalouf.


Descubrí a Amin Maalouf (supongo que como casi todo el mundo) con las novelas La Roca de Tanios y El León Africano. Luego me recorrí las librerías sevillanas persiguiendo el resto de su obra y me hice con Samarcanda, Los Jardines de la Luz, El primer Siglo después de Béatrice, El Viaje de Baldassare y Orígenes. Encontré además dos ensayos: Las cruzadas vistas por los árabes e Identidades Asesinas. Tó pal bote. De modo que durante varias semanas estuve con una sonrisa de oreja a oreja viendo lo que me restaba.
Amin Maaoluf es un escritor Libanés. Así, la cultura árabe se abre desde dentro, que viene a ser la mejor forma de acercarse. Y muy en contra de las creencias y prejuicios habituales sobre este tema, Maalouf, de origen musulmán, da una lección a la cultura occidental acerca de la nefasta tendencia humana territorial: esta es mi tierra luego me cago en la puta madre del que se meta con ella. De ahí su trabajo “Identidades Asesinas” u “Orígenes” vocablo que el autor defiende en contra del peligroso “raíces”. En definitiva, leyendo a A. Maalouf, se aprende que uno no pertenece al mundo, ni al betis manquepierda, sino a la vida: "Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía".

viernes, 8 de octubre de 2010

Reseña de Anita Noire


ME GUSTA CUANDO COMES CROQUETAS PORQUE ESTAS COMO AUSENTE.

AUTOR: José L. Sánchez-Garrido García.

EDITORIAL: Bubok.

NÚMERO DE PÁGINAS: 94.

Reseña realizada por Anita Noire

Bucear en la red en busca de novedades literarias puede ser un trabajo desesperante que obliga a cribar permanentemente, so pena de caer enterrado entre textos que no tienen calidad alguna. El acceso libre a Internet y la posibilidad de la utilización de las plataformas de edición libre y gratuita ha inundado la red de redes.

Sin embargo, esta exploración del “megamundo” que es Internet y las publicaciones que de el cuelgan, da agradables sorpresas.

Entre ellas “Me gusta cuando comes croquetas porque estás como ausente”, una recopilación de relatos y poemas escritos por José Luís Sánchez-Garrido García. Unos escritos intimistas con cuya lectura se sentirá plenamente identificado, no porque el lector coma en algún momento croquetas, sino porque las situaciones y hechos descritos en aquellos poemas y relatos les serán tan familiares que no podrán evitar sentirse identificados. Dejarse llevar por el “aljibe de las cuencas” de los que lloran, por los “lustros redondos” de los que se han hecho viejos, es tan delicioso como envolverse en una manta una tarde de invierno.

Unos relatos deliciosos para disfrutar sin más pretensión que pasar un buen rato entre cotidianeidad y normalidad. Un acierto.

Señora de Rojo sobre fondo gris.


Señora de Rojo sobre fondo gris.
Miguel Delibes. Publicada en 1991.

Hay lecturas que se incrustan en el alma. Y la contaminan con cierta mala ostia. (Luego decimos que nos enriquecen), pero obviamos los efectos secundarios. Leí esta novela de Delibes hace años y escribo por tanto al rescoldo de la distancia, con la cicatriz de la lectura, con el virus de las palabras del que ya, irremediablemente, soy portador.
En señora de rojo sobre fondo gris, se encuentra, por si a alguien le puede interesar, la definición del amor en su más compleja y a la vez sencilla expresión. La vida es la suma de instantes, un compilatorio de pequeños detalles y acciones. (Un formulado de breves momentos). Es por ello que depende de nuestra capacidad de indagar en lo sencillo entender la complejidad de este mundo…, o como en la novela de Delibes, del propio amor.
Y por culpa de Delibes comencé a encapricharme de las miradas, de los gestos, de las entonaciones, del talento del silencio…, y tendí, infectado, a idealizar la rutina ajena en espera de una mujer de rojo. Por eso, esa novela supuso un estrago en mi intimidad. Traté de robar luego, algo de este estilo en uno de mis primeros relatos: “Distancias” y allí, irremisiblemente afloró Ana, la mujer del autor, muerta a los 48 años de edad por una enfermedad, y que dejó tras de sí un peregrinaje de infelices lectores incapaces de pintar mas allá del gris del fondo.

Jose L. Sánchez-Garrido García

jueves, 7 de octubre de 2010

me gusta cuando comes croquetas porque estás como ausente


Impreso en Bubok Publishing S.L

Este libro no podrá ser reproducido ni total ni parcialmente sin permiso del autor.
Primera edición: Junio del 2010
Castilleja de Guzmán. Sevilla
©Jose Luis Sánchez-Garrido García
Impresión y encuadernación: Bubok Publishing S.L.















Me gusta cuando comes croquetas porque estás como ausente.
Jose Luis Sánchez-Garrido García






Créditos.
Este librito, fue terminado al filo de unas de esas tardes kilométricas, que en los días de Mayo, abalconan el Aljarafe sevillano. Una tarde del 2010, en Castilleja de Guzmán. Que es donde vivo, y que será motivo, de que su fama se extienda como los horizontes de mi tierra. Sino por su poesía, si por sus croquetas.
El prólogo, por Yolanda Rodriguez, se realizó bajo la coacción propia del que es amigo casi siempre para lo bueno y raras veces para lo malo. “Me levanté a las 5:00 de la mañana para escribírtelo” me comentó. Y creo se volvió a acostar a las 5:05, mientras el río de Alcalá de Guadaira aún roncaba.
La foto la hice un verano roto, por algún lugar recóndito cerca de Coripe sobre una bicicleta de alquiler, también rota.
A la gente güena.
Y a la güena gente.
















PRÓLOGO

Decía el filósofo que la generosidad es la virtud de dar, de ofrecer al otro lo que no es suyo, lo que es nuestro y le falta.

Pero no se puede dar lo que no se posee, y sólo se puede dar a condición de no estar poseído por aquello que se da. Nuestro autor tiene esta virtud de dar, de dar lo que es suyo y no es nuestro, su talento. Y en esta compilación de poemas nos da su universo; un universo peculiar y original…un universo de “croquetas”, “petróleo”, “portes debidos”, “moléculas amarillas”, “macetas supersónicas”, “el I+D+i de tus sueños eróticos”, “versos mochileros” y “poemas de todo a cien”.

Pero este curioso universo es también valiente porque la valentía sólo llega a ser virtud si se pone al servicio del otro o de una causa general y generosa. Y hay que ser valiente y generoso para compartir estos poemas que entre ironía, humor y sinsentido esconden la verdad… porque a veces como nos dice en su obra “Acordamos:/Que no era cierta tu verdad /Y que era verdad mi mentira.”

Y además tiene el valor de confesar que “Yo, que siempre me equivoco./Acerté contigo al equivocarme.” E incluso comparte su más sincero secreto “Nunca he sabido calcular la dimensión de mi vida./No se medir el futuro, ni comprimir el pasado/Y me distraigo con el presente”.

Generosidad y valentía son las virtudes del autor y de esta primera compilación de poemas que seguro que les hará disfrutar y pasar de la risa a la ternura, de la mentira a la verdad, de lo absurdo a la realidad. Sólo espero que este sea el primero de muchos más actos de generosidad y valentía por parte de nuestro autor y nos siga deleitando con su peculiar obra.

Yolanda

Índice

Ni se le ocurra (relato).
Un día tempranito, por la mañana.
Perdí el mapa de la ducha a tu cama.
Una lista de cosas que no soy. (Primera Parte).
Que sí, que eras tú.
Los momentos adecuados pasan por tu boca.
Regreseando.
Una lista de cosas que querría ser (3ª parte).
Las horas lentas.
Y cuántico.
Que se yo.
Supón.
90 grados.
Llueve.
Sobre las palabras.
Diagnóstico.
Una lista de cosas que creí ser. (2ª parte).
Hay y no hay.
De tu postura en el televisor.
Los días raros.
Si has de volver.
De todas formas.
Una mañana que no era noviembre.
Así fue y yo lo vi.
A portes debidos.
De esta manera.
Hay que ver.
La usencia.
En el inventario de tus dudas.
De verdad te digo, que no tengo ni idea.
Seria conversación con un músculo.
Jugando.
Yo, chulo-playa.
Backstage.
Resumiendo.
Distancias (relato).
CV del autor
La habitación del Pánico (relato basado en hechos reales).










Ni se le ocurra.

Mi abuelo fabricaba peldaños, quiero decir que construía escaleras. Artesanales. Tenía un pequeño taller con un rótulo en la fachada que anunciaba: “VENDO ALTURA”. Tan pronto entraba un cliente, mi abuelo, que siempre fue bajito, decía asomando la sonrisa tras el mostrador: ¿la quiere para subir o para bajar? Y reía como si esta ocurrencia fuera inmediata, a pesar de que llevaba treinta y cinco años repitiendo lo mismo. Era un pésimo humorista, pero un excelente vendedor. Tuvo la genial idea de hacer escaleras a medida. Con un metro tomaba las distancias de la planta del pié, media la longitud del tobillo a la rodilla y pesaba a los clientes. De modo que aquella tienda era un híbrido de sastrería, farmacia y escalareria. Había desarrollado además avanzadas técnicas de ventas: siempre añadía un peldaño que no cobraba y si era cliente asiduo, dos. Compraba además escaleras de segunda mano, las barnizaba y las revendía, horizontalmente, como respaldos de cama.
Mi abuelo, que tenía setenta y tres años y dos mil doscientos peldaños en stock. Fue un tipo feliz. Lo fue hasta el día en que falleció mi abuela. Su ausencia supuso un golpe fatal. El mismo día de su entierro prometió no volver a subir nunca jamás una escalera. Cuando le pedí que me explicara el motivo de esta extraña decisión, me señaló la estructura de caracol que comunicaba su taller con la habitación de matrimonio, me aclaró que la última vez que subió, encontró a mi abuela sin vida y que había desarrollado una especie de escalerafobia.

De modo que, a los pocos meses, cerró la tienda, quitó el rótulo, quemó toda la madera que había sido el sustento familiar durante tantos años y dejó su vida a ras de suelo, estancada y sin peldaños. Por aquel entonces yo comencé a trabajar de dependiente en un moderno centro comercial. Cierto día le pedí a mi abuelo que me acompañara con idea de mostrarle la fantástica arquitectura, entendiendo, distraería con esto, en algo, su horizontal tristeza. Mientras caminábamos juntos por los corredores del centro comercial, mi abuelo contemplaba fascinado la multitud de establecimientos, la cuidada decoración, el bullicio de clientes y vendedores, y pegaba su nariz a los amplios escaparates escudriñando su interior con curiosidad infantil. Hasta que de pronto, en una de las galerías, se quedó inmóvil, con los ojos abiertos como platos decorados, tan quieto estaba que me recordó una de esas estatuas humanas que inundan las céntricas calles de las ciudades. ¿Pero que le ocurre, abuelo?, pregunté angustiado mientras lo zarandeaba. No decía ni mú. Reparé entonces que su vista estaba clavada en la escalera mecánica situada frente a nosotros y temí, que la evocación de sus recuerdos lo hubiera dejado en estado de shock. Sin embargo, percibí fugazmente, en sus ojos, la misma chispa que solía tener cuando trabajaba tras su alto mostrador.
-los peldaños nacen en el suelo- dijo pausadamente, como quien sale de un coma.
-abuelo, es una escalera mecánica- traté de explicarle.
-ya sé lo que es, tontolaba- contestó para mi desconcierto, y salió raudo hacia la escalera, como quien ha robado al diablo y no tiene intención ajustar cuentas.

Al llegar al borde se detuvo un instante, apoyó suavemente su mano derecha en el pasamanos, adelantó un pié y se dejó llevar con el primer peldaño. Vi a mi abuelo levitar inmóvil en travelling ascendente, cimbreando las canas al aire, extendiendo una sonrisa que se abría en proporción a la longitud que recorría.

Cuando la estructura mecánica lo tenía situado a mitad del trayecto, mi abuelo torció la cabeza buscándome. Yo lo observaba con inquietante curiosidad, tratando de averiguar si definitivamente había perdido la cabeza. El centro hervía de apresuradas bolsas que corrían portando clientes.
-¡niño!- me gritó desde las alturas. ¡Esta escalera es una mierda!

Casa de Braulio, seis de la tarde, tarde de sol.

Dice Crisanta, que ni por estas. Que no hay manera y que si Braulio tiene entre ceja y ceja darle un bastonazo al silencio, que por ella muy bien, pero que te busques otra hembra que le ponga el celo en vereda, que, a sus setenta y pico de años, ya tuvo bastante aguantando las impertinencias masculinas durante lustros redondos. Y que ahora que respira, y que nadie le pisa el suelo que acaba de fregar, (salvo su gato bizco), está muy tranquilita. Que ella con una ensalada y una pizca de porra ya acompaña al Lorenzo hasta que bosteza y que las cacerolas desde que las colgó cuando lo de su difunto, no las ha vuelto a tocar, más que una vez y porque se le coló el gato en la paellera. De modo, me ha dicho, que ya le estás diciendo a Braulio, que deje de ensuciarme las rejas con las pamplinas del casamiento. Y usted verá, tío Braulio, pero es la quinta vez que vengo y hoy estoy sin comer. Y usted, que tiene estropeao la estacionalidad del cortejo viene revolviendo mariposas en la barriga que le hacen lleno de fantasías, también debiera coger el plato, porque le va a dar un telele. Que dice además, Crisanta, que está más delgao que un silbio y que invertir en huesos con tan pocas perspectivas es mal negocio.

Pero tío Braulio, por el amor de dios, hombre, no me llore de esta manera que se le abrevia el aljibe de las cuencas, y séquese la baba, si quiere ya me acerco y vuelvo a hablar con la jodía vieja. Pero a las mujeres hay que conquistarlas de a poco y usted, por bravo, estás pidiendo la guerra sin batalla. Lo que te falta es un puntito romántico, pero para esto le voy a dar la receta porque ayer cogí emprestao, y sin saber leer, un poema que le dejo para este asunto.

Casa de Crisanta siete y media de la tarde.

Dice Braulio que el cántaro lo llevará a la fuente hasta que se lo tire a la cabeza si hace falta, pero que su problema no es la falta de compañía sino el exceso de querimiento. Que anoche, salió a darle pasto a las estrellas para entretener su lamento, y que mirando el cielo, al respirar, se tragó por un descuido la mitad del firmamento, y que lo creas o no, regurgitó una poesía, que yo le traigo:



¡Ay! de plata dura vienes andada
Y es plomo la cuenta de tu razón camuflada
El batón es de oro y duele.
Pá un suspiro que te pido
Al menos uno, el que se cuele
Arremángate los metales de tu razón
Ay! Niña bonita, dame el permiso de tu vera
Pa los caprichos de mi corazón.

Anónimo.

Y Crisanta, yo creo que debiera , por lo menos retirar el visillo de tus sentimientos pá que entre algo de luz, que usted me lleva también muchos años paseando al callao por estas habitaciones y ahora que tiene arrimándose un mozalbete de ochenta años con la misma fijación que su minino, no debiera pasar esta oportunidad. Por cierto ¿no tendrá usted una migaga de pan por ahí na más que pá mitigar los portes?

Casa de Braulio ocho y media de la misma tarde.

Dice Crisanta que al menos podía haberle dedicado a ella el poema en lugar de a Nónimo, pero que le agradece el empacho de noche de anoche, que le han traído recuerdos del tiempos pasados, (lo que yo creo, personalmente, es un avance considerable), cuando su Aurelio, al filo de la peña de los enamorados, le contó la historia de Ardama y Tello, los que se arrojaron desde lo alto del precipicio machacándose en equilibrio las cicatrices del amor. Dice que tiene un alma que da vértigo asomarse, que pase usted dentro y se ponga cómodo.

Casa de Braulio, nueva de la mañana del día siguiente.

Muchacho, estoy pensando en llevar a Crisanta a la Capital. Que hay un centro intercontinental de esos nuevos con muchas tiendas y luces de colores. Y salir y pasear.
-no se le ocurra tío Braulio. Las escaleras son una mierda. Lo sabe todo el mundo.












Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio.

Federico García Lorca.







un día tempranito, por la mañana .
Debían ser las ocho de la mañana.
Aproximadamente.
De un día cualquiera.
En mi cocina.
Ya sabes,
el café de la mañana.
Sentado de medio lado
(como siempre me siento)
En las sillas y en la vida.
Ojeando el suplemento de ELPAÍS. Y resulta.
Que me entero
!que es la vida!.
Un día cualquiera
En mi cocina.
Por día haber sido cualquier día,
Pero fue un día cualquiera.
(Esto último me suena de otro).
Y leo:
“la vida sólo es aquello que recordamos”
Y seguidamente “…más aún, y cómo la contamos”
Coño.
Pues es verdad.
Sólo soy lo que recuerdo.
Pero debo ser también lo que cuento.
Que no concuerda con lo que recuerdo
Por el cuento que tengo.
Si no cuento lo que recuerdo.
Y luego no recuerdo lo que cuento.
¿Que cojones soy?
De modo que volví a dejar un café sin terminar.
Desayunando ventanas la mañana.
El vaso del café y la cuchara al friega platos.
Esto, ya te digo, un día laborable cualquiera.
Y me fui.
Esto si lo recuerdo.
Pensando en tu recuerdo.
Y me entristecí.
Y nunca te lo he contado.







perdí el mapa de la ducha a tu cama.
Si algunas de las calles se fueron
si finalmente,
trasnocharon nuestros futuros
Si alguna vez,
salí de tu habitación
tan excesiva.
Y perdí, el mapa de la ducha a tu cama.
Y la pendiente de tu piel.
Tan inclinada.
Y la radio en las madrugadas.
Tan lejana.
Incapaz de engañar a las horas
con las horas tapadas
con las sílabas de tu nombre
con las ganas esquivadas
y todas mis líneas truncadas.
No sé, porque carajo,
te sigo echando de menos.








una lista de cosas que no soy. (Primera parte).
No soy la pata vendada de una molécula amarilla.
Ni el desenlace de una aceituna.
No soy los clavos comprados de saldo en una tienda de infartos.
Ni el asfalto de los puntos suspensivos.
No soy el roto del péndulo enfadado.
Ni la ecuación del gallo.
Tampoco el tam de tampoco.
No soy un suspiro embalsamado (y/o encarcelado).
Ni el reguero de un carpintero en paro.
Ni una maceta supersónica en la estratosfera.
Por no ser no soy ni siquiera, siquiera.
Y no soy un electrodo enamorado. Ni positivo ni negativo.
Tampoco soy la mesa camilla de un tornado.
Ni el recuerdo de una ballena ya desayunada.
Ni el croquis de tus besos.
Ni las croquetas de tu madre.








Que sí, que eras tú.
Querida,
yo hubiera repintao un tostador de azul cian
Por ti.
Troquelao los bordes plata de todos los anversos
De cada luna.
Por ti.
Hubiera ido a esperarte. En la fidelidad del pomo de tu puerta
Todas las tardes hacia el infinito.
Por ti.
Como un perro.
Impaciente. Aguardándote.
Yo hubiese sido capaz de saberte con una sonrisa.
De oreja a oreja.
Cada día y cada mañana.
Y tendría la vida excusas de saldo rosa
en todos tus escaparates.
Habría asentido, que si, que eras tú, que por fin.
(Me hubiera quedao con tan sólo algunas dudas de propina
en el vagón de mi incertidumbre).
Hubiera retomao el curso de astronauta
Por ti. Un máster de estrellitas fugaces.
Y andaría incluso feliz por la vida.
Yo hubiera hecho esto, y creo algunas cosillas más.
Menos mal.
De esa no me hubiera repuesto.


todos los momentos adecuados pasan por tu boca
En tu sonrisa están todos los momentos adecuados.
Que tan torpe me hacen.
De modo que transito en un código de barras
hasta la saliva callejeada de tu lengua.
Todos los momentos adecuados pasan por tu boca
la ida. También la vuelta.
Y muchos balcones de mis días comprimidos.
En tu boca está la vida.
No la tuya.
La mía.


regreseando
(Es una afición. Soy regreseador vocacional).
Regresé para azuzar a la memoria
con indiscreta y cierta naturalidad.
También con mala ostia.
Ahuyentando azafatas de vuelo
a la velocidad de la luz.
Al café y a la bombilla de 40 watios.
Con el ansia incandescente.
Abriendo las autopistas de mi circulación sanguínea
regreseando. Al fin y al cabo
A lo que me tocó de ti.
Cada embestida más ajeno.
Esto debería ser una profesión. Remunerada.
De aquí a la luna yo sería el guía
de todas las maletas cerradas
de todos los peajes desconsolados.
Esto, al menos, te debo.
Pero te decía
agoté el espacio de mis olvidos;
Y renombré tu distancia
con palabra nuevas, que antes no existían
que yo no sabía,
calcular la crueldad de tu longitud
en verbos cuadrados.
En palabras por segundo,
en un control de alcoholemia,
a esas horas en que los semáforos
orinan de espaldas.
Llevé tu nombre, luego
casi a última hora de un sábado
como quien va a un hipermercado.
Como uno más.









una lista de cosas que querría ser (tercera parte).
Yo, querría ser,
un calendario al revés.
El I+D+I de todos tus sueños eróticos.
Las ganas de las desganas cuando no me ves
y el perchero de tus dudas.
Un famoso héroe anónimo oculista
y todos los colores de un esquimal.
El punto equidistante de las lluvias en equilibrio
y el vértice de la comisura de tus labios
cuando duermes en verano.
El punto de información para las almas perdidas
Y el gesto oblicuo en el reflejo de una copa de vino.
Y de vez en cuando, por supuesto
una croqueta.


Las horas lentas.
La memoria es lenta.
Y lento el recuerdo
y prendidos a los pasos
Y lento el olvido.
Y todos los años.
Y los días de tu boca
que dieron forma a mis horas,
esas,
las más lentas de todas.

y cuántico
Dirás que no, (no estoy seguro).
Es cosa de tus manos,
mecánicas.
De tus giros
eólicos.
Y queda el mundo como vuelto del revés,
estólido.
Como prendido a la raíz de tus pestañas,
marítimas.
Y si pudieras verme por dentro, un poquito,
cinemático.
Llamarías al portero
automático.
Y tendría razones suficientes
para no encontrar suficientes razones.
Tal y como en su día te dije:
Agnóstico.

que se yo
que sé yo que pueda decirte
si aprendí no aprendiendo
corrompiendo.
con los míos propios.
En conversaciones con tu espalda desnuda
Fascinado.
Con el vértigo tu pelo, preguntándome.
cuanto voy a tardar en romperte.


supón
Supón que ponemos el tiempo patas arriba.
Y le rascamos la barriga.
A ver si ríe.
(yo le piso un pié con algo de saña)
Por lo que me debe.
Aunque me riñas.
Y luego cambiamos las estrellas de sitio.
Ya verás los astrónomos.
Si pintamos la luna de negro
A ver quien la encuentra.
Si salimos esta noche
Y nos bebemos los mares
A ver quien navega.
Si despeinamos las montañas
Entrelazamos los ríos
Y teñimos las nieves
Si maquillamos a la abuela.
Y nos la llevamos de marcha.
Supón que esta noche.
atamos todos los besos
A ver quien jode.
Y que nos persiga la policía
Si es que vuela.
Supón que oxidamos el aire.
en rojo furcia
Y a los truenos le ponemos viseras.
Que inclinamos el horizonte.
Supón. Niña.


90 grados
Cada vez que te vuelves.
Te traes los ayeres.
Y si me miras…
Cada vez que te vuelves
Y te vuelves hacia mí.
Naufragan dos
y tres y cuatro amaneceres.
Cada vez que te vuelves
cabreas a las pitonisas
Que rehacen su baraja
malhumorada
En el revuelo de tu cintura.
Ninguna carta lleva tu nombre
y en todas tu sexo.
Eres así.
Antes de irte.
90 grados de sonrisa fugaz
que no sé ni supe interpretar.

llueve
Es de noche
Y llueve. Y es diciembre.
La luz se ha ido.
Y mi ordenador sin batería.
Mañana iré a Sevillana-Endesa
A reclamar dos poemas
Que me quedaron oscuros.


sobre las palabras
En los extremos de mis dudas
Están mis peores faltas de ortografía
Pongamos un ejemplo:
querer, lo escribo sin convicción.
Desearte, me tiende al imperativo.
Soñaré, me queda como dormido.
De ahí que en lugar de decir:
“todos mis sueños guardan el deseo de quererte”
Diga:
Después de todo, ¡hoy parece hará un buen día!.



diagnóstico
En la clínica de la calle Paz, esquina con San Fernando.
Fuimos a ver al Doctor. Que aquel día había leído el periódico.
Tu te empeñaste en que radiografiara mi alma.
Y así, cuando el doctor la puso a contraluz
exclamaste excitada ¡ves, esa mancha, estás enfermo!
Y yo. Con los ojitos muy abiertos, angustiado.
Me llevé la mano al pecho. Pensando si mis cinco dedos eran ya las manecillas del reloj en su cuenta atrás.
Y el Dr. Sereno, aclaró entonces.
Señorita. Este hombre no está enfermo.
Es sólo de sentimientos opacos.
De modo que cuando salimos. Te dije contento: cielo, no me voy a morir hoy.
ni mañana- me contestaste-, ya has nacido muerto.
Y muertecito me quedé.







Una lista de cosas que creí ser. (Segunda parte)
Yo,
Creí ser la longitud de una gota de agua por el muslo de tu pierna derecha.
Un señor que vivía de alquiler en tu boca. Y luego de ocupa.
El vuelo esquivo de una mosca extranjera. Quizás peruana.
Dos días antes de la muerte.
y cuatro de tus pestañas.
Una ventana abierta del wc donde hay un dios. Siempre ocupado.
La pata sin taco de tu cama.
Y la vista periférica y borrosa del extremo de tus ojos.
Yo creí ser,
Un tupperware congelado de recuerdos calientes.
La Fanta y la cocacola.
La ostia puta, y la última tecla del pc.
y la etiqueta de saldo de algunos de tus orgasmos.
El yin el yan y el chin chan.
Y la canica de cristal.
Y la calavera de peligro no tocar.
Y también creí ser, algunas veces.
Las croquetas de tu madre.





hay y no hay
hay muertos tan tristes
Que parecen vivos.
Y vivos tan tristes
que parecen muertos

(¿no está escrito ya este poema por
alguien o bien triste o bien muerto?)






de tu postura en el televisor.
Me desprendí de todas las ganas.
De tu ansiedad.
de tu postura en el televisor.
De los cubiertos de tus cenas.
Me desprendí de las escaleras.
De la rutina de la silla
De las repisas abalconadas.
del suicidio del invierno.
De las recetas de la farmacia.
Me desprendí de las huidas.
Huyendo.



Los días raros.
Hay tardes que son como equivocadas.
De distancias inverosímiles.
De sombras incomprensibles.
Que no son mis ojos.
Hay tardes que edifican tu ausencia.
Y memorizan mi olvido.
Son estos raros días,
saltan las alambradas
esquivan los contornos
Y se clavan.
Y así, te vuelo a recordar
en tardes que ni siquiera saben que lo son.


si has de volver
Por más que quieras,
deja de arañar,
luego quedan las cicatrices encarceladas.
El olvido,
en todas tus uñas.
Y el tiempo lastimado.
Si has de volver.
Hazlo desde la otra esquina.
Para encararse con el ayer
no sobran los cielos claros
Tienen los recuerdos la mala costumbre
de equivocar las prisas
y hasta los besos mal dados.
Para encararse con el ayer.
No te sobrarán los cielos claros.
de todas formas
Yo, que siempre me equivoco.
Acerté contigo al equivocarme.
Y quizás por eso
Dejé de escribirte
Una mañana de esas, que son algo raras.
Con las desgana de las cancelas
Con las ventanas cerradas.
y fueron tapiando los balcones
de toda la urbanización
y luego nuevos soles
y obra nueva, y ladrillos y cementos
y la forma de hablarnos, en cajas cerradas.
Y los verbos arrinconados que fermentan declinados.
Volvía la ciudad ajena
A enajenarnos.
Que lejos las repisas del salón!
Y que cerca las estanterías vacías.
De todas formas.
Dejé de escribirte.
Una mañana de esas que son algo raras.
Pensando que no escribirte
Sería un buen motivo para contártelo.






una mañana que no era noviembre
Quizás fuera enero o quizás febrero…
Déjame que diga
Que fue una mañana de noviembre.
Y que un sol se hacía trizas en las persianas.
y sobre las paredes, sonreídas
(tú y tu boca, aún dormidas)
Prendieron todos los perfiles de tu piel.
Y las sábanas encendidas.
Sobre el tablero de tu desnudez
Se divertía la mañana.
Hoy es fiesta en mi habitación.
Pensé.
Y tú seguías dormida.

así fue y yo lo vi
Más o menos fue así…
Recuerdo que una vieja pasaba por la esquina.
Y que había una maceta en un balcón.
Que un perro ladraba enclaustrado (creo era uno de esos pequeñitos).
y alguien saludaba.
Una bombona de butano también asomada.
Pasó un autobús.
Lleno de ventanas.
Y un árbol lo aplaudió
Luego la calle se quedó vacía.
Y el chucho se calló.
En fin, fue fascinante.


a portes debidos
En los precintos de los sueños
Se puede leer:
Fragilidad.
A portes debidos
Supongo se cruzan en las noches
Cuanto saltan de las camas.
En el tráfico nocturno
Se atascan las ilusiones.
Bajo farolas porteadoras.
Al despertar me pregunto
Cuantos llegaron a sus destinos
Las caricias que te facturo
Acaban siempre accidentadas.
Y sin embargo nadie reclama.

de esta manera
Nunca me hice mayor.
Si acaso he visto el tiempo envejecer a mi lado.
Nunca supe crecer
Ni aprendí de los errores.
Ni tracé futuros
Ni di consejos.
En cada mañana está la primera vez
Duermo fabulando, como los niños
Y no me se los calendarios.
Nunca llevé reloj
Ni compromisos en los bolsillos.
Nunca me hice mayor
Porque no se como se hace.
Quizás por torpe.
Nunca he sabido calcular la dimensión de mi vida.
No se medir el futuro, ni comprimir el pasado
Y me distraigo con el presente.
Y sin prestarte nunca atención, sin embargo.
Soy yo quien habla de ti.









hay que ver.
Hay que ver.
Que formas tienes de irte.
Tú como si nada.
Sacas las llaves del coche.
Sonríes y dices hasta mañana.
Chau!.
Tiritando. (Porque se lo que me pasa).
No te das cuenta.
Prendida al velcro de tus caderas
se me queda la piel siempre enredada.
Y cojean mis cuatro pestañas
Sin la baranda de tu mirada.
Así me vuelvo
Dándome de ostias
Con las esquinas pasmadas.
Y para colmo te llevas
Cada una de mis palabras
Cuando el vecino me pregunta la hora.
Me encojo de hombros.
Y le señalo tu estela.
esa jodía…
que no respeta los semáforos.
La que arrastra la tarde en el parachoques
Ma dejao sin nada.
Hay que ver…
Que formas tienes de irte.
Tan peligrosas y robadas.
Y tú.
Como si nada.
El vecino sin la hora.
Y la tarde acojonada.
la ausencia.
Qué compañías tiene la ausencia
que a todas abandona.
Y a ninguna deja sola.

En el inventario de tus dudas.
El día que quiera.
Lo mismo voy.
Y te muerdo un labio.
Que para eso se esconderme.
Y antes de que te des cuenta.
Te faltará un beso.
En el inventario de tus dudas.
Así, cuando hagas caja de tus amores
Te vas a volver loca
Cuadrando los importes.
Y se te hará tarde.

El día que quiera.
Lo mismo voy
Que no voy.







de verdad te digo, que no tengo ni idea
Siempre te querrán mis versos más que yo.
Suena cursi, verdad?.
Pero debe ser cierto.
Yo no podría sostener un beso. Ingrávidamente eterno.
Yo no se dibujarme en tu mirada.
Yo no vuelo. Si acaso un par de metros. Con esfuerzo.
Yo nunca he estado en la luna.
Ni creo que vaya.
El rocío de la mañana, me da frío.
Y no se cual es tu ventana.
Yo no se coger tus manos
Sin decir una parida.
Y si digo que vivo en los filos de tus suspiros.
Es mentira.
Yo te amo mucho menos que mis versos.
Y además te amo a ratos.
Y a veces, ni a ratos.
Yo no soy cómplice de tus silencios.
Sólo de mis engaños.
Yo no besaría cada centímetro de ti.
Porque no me gusta el sabor a pies.
No sabría perderme en tu pelo.
Sin que se me vieran las orejas.
Pero mis versos
Son escaladores.
Y si les digo que trepen a tus labios.
Suben con crampones.
Yo no puedo invitarte a pasear entre las estrellas
Si acaso a una cervecita. Fresquita.
Ni se atar tu sonrisa a mi corazón.
Salvo que me muerdas.
Pero puedo venderte la moto.
Ninguna de las formas en que pueda amarte será verdad.
Yo no se hacer el amor por mas que insistas.
Pero se echar un polvo.
Luego si quieres escribimos:
“el instante tiene contornos
Como tu piel. Y al rozarlos en tu boca desnuda
Han temblado todas las vidas”.
Ya ves, siempre te querrán mis versos más que yo.
Y quizás hasta te follen mejor.
Pero es que no se decirte a veces, lo tonto que estoy.
Y si te lo digo…
Resulta que me crees tonto de verdad.
Y sin embargo, te crees mi poesía.
De verdad te digo
Que no tengo ni idea
Para que quieres el reflejo de una estrella en mis ojos.
Pero con mis poemas de todo a cien.
Te alquilo un universo dos o tres días y varios mares.
Nunca sabré quien eres.
ni sabré camelarme tus pensamientos tan secretos.
Me perderé muchas de tus miradas.
Si hay fútbol, todas.
Perdóname.
Que sean estos versos mochileros
(no estos, quizás otros).
Quienes recorran la comisura de tus antojos.
Yo no se besarte como ellos.
Ni por supuesto, se decir, te quiero.










seria conversación con un músculo
Con un gesto grave, dando unos golpecitos con la palma de mi mano sobre el sofá.
Le dije a mi corazón…
Siéntate aquí, corazón mío. Si puedo tutearte. A ver si hoy nos conocemos.
(mi corazón perplejo, imagínate, 40 años y no nos habían presentado)
El corazón, fuera de la caja torácica… tiene un aspecto un tanto ridículo.
(y a mi me entra la risa al ver el tic ese que le hace palpitar).
¿tú donde has estado?.. .le dije, no obstante, tratando de ser firme en mis palabras.
A lo que me contestó: tum, tum… acompasado.
Y pensé…ciertamente no es un corazón parado, sino en paro.
Tengo un trabajillo para ti.
(Entonces el tum, tum, se aceleró y hasta creí que me daría un infarto).
Hablamos largo rato, y hubo reproches por ambos lados de nuestros años esquivos.
No me gusta que seas tan vago, le decía.
Ni yo que fumes, me contestaba…
Ni yo que seas tan contestón.
Y yo estoy harto de bombear la sangre a un cerebro que me la devuelve
(jodío corazón…quien te va a querer, me preguntaba).
En fin, así echamos la tarde…hasta que arto un poco de tanta discusión saqué tu foto.
Mira… (y no me la manches de sangre)
Ves a esta mujer?.
Y mi corazón asentía, un tanto curioso.
Pues a esta tienes que amar.
Y mi corazón torció su gesto hacia mí… perplejo
¿es que hablo en chino? ¿o se lo tengo que pedir al páncreas?
Corazón + mujer = querer.
Le escribí sobre un trocito de papel…
Y entonces… muy serio (como no lo había visto nunca). Una lagrimilla se le escapó por la aorta principal, y casi tartamudeando me dijo…
Soy analfabeto.
Acabáramos…
De modo que mi corazón está ahora matriculado, en primero de Eso, creo.
Aprendiendo.
para que podamos hablar de ti.
Jugando.
Yo, me quedo callado
Y te observo.
De esta forma. Maliciosamente infantil.
Provocándote.
Yo, me quedo callado, mirándote.
Incomodándote.
De esta forma. Persiguiendo tus ojos.
Atrapándote en la red de mis pestañas.
Tus ojos… tan limpios.
Yo, te observo. Y siempre acabo sonriendo.
Ganándote la partida.
Y me dices basta, divertida.
Y luego me empujas.
Y luego ríes.
Y luego me observas, callada.
Maliciosa.
Pero yo no me divierto.
Porque no se si ves mis mentiras.
Y ya no quiero jugar más.









yo, chulo-playa.
Un día caminaba yo bajo la lluvia.
Haciéndome el interesante.
Además era en la playa.
Un día que no era invierno, por los pelos.
Creo era una tarde.
Con unos colores, de esos, muy bonitos.
Iba yo en mi papel, de protagonista.
Sintiéndome observado.
Que chulo que iba…con los pies descalzos y los zapatos en la mano
Y los pantalones remangados.
Me detuve un momento. Y miré tras de mi, y luego al frente.
Y no había un alma.
Si acaso un petrolero pero allá muy lejos.
Y las persianas de los apartamentos todas bajadas.
(Claro, era casi invierno).
Fue entonces, cuando miré al cielo… y dije:
Dios si crees en mí.
Haz que aparezca ella…
pero ni él cree en mi,
ni yo en ti,
ni tú en mi,
ni yo en él.

De modo que me fui caminando por la arena.
Chorreando, con los zapatos en la mano
Dejando un rastro húmedo.
Igualito que el petrolero.
A ninguna parte.
Backstage

Al otro lado de mis palabras
(en las espaldas de las letras, quiero decir).
Garabateo tu nombre y mis textos se estiran.
Lo sé.
Porque yo leo al revés.

Al otro lado de mis palabras
Esperan todas las aceras
Y pasas tú.
Y yo tras de ti. Apresurado.
Y hay cafeterías entoldadas en equilibrio
Que murmuran bocabajo.

Al otro lado de mis palabras
Está la luna que reclamas
Apuntalada. Es verdad.
Querría ser el último cartel
De prohibido,
no pasar.

Resumiendo.

Resumiendo.
Acordamos:
que no era cierta tu verdad
y que era verdad mi mentira.
Y no hubo más que decir.










Distancias.
(premio II concurso relatos Ciudad de Alcobendas, 2005).
Creo que me enseñaste, en la infancia, a calibrar las distancias. Es una bella palabra, me decías aquella mañana mientras tus manos aún lavaban los cubiertos y platos del desayuno. Me hablabas de espaldas ocupada en tus labores, como una rutinaria conversación más entre madre e hijo, pero sabias que desde mi silla alpina, donde aún no me llegaban los pies al suelo, te observaba embelesado. Siempre supiste contarme lo más complejo de la manera más simple. Pero yo, secretamente, ya intuía que fingías, y te agradecía silenciosamente que fueras tan sabia, y que esquivaras tan hábilmente los incómodos escenarios de las solemnes lecciones de la vida.
Te mentí aquella mañana, como tantas otras cuando traté de explicarte que la única razón para no ir al colegio, era para no dejarte sola. Para no alejarme de ti, como hizo papá cuando se fue a Alemania, tan de pronto, tras un desayuno.
-Hay muchas distancias, hijo-, contestaste, sin que la crueldad de mis argumentos mermaran el cariño de tu tono. -La distancia de tu padre es sólo física. El espacio se anda, y se reduce-. Sentenciaste mientras lavabas los últimos platos.
Me revolví inquieto en mi tribuna, disconforme con tu explicación y dispuesto a no relegar de mi intento de escaqueo del cole a la primera. Y aún, percibiendo de soslayo gotas tristes en los azulejos del fregadero, te dije como quien arroja un cuchillo: Hay mucho que andar de aquí a Alemania, mamá.
Te volviste, entonces, secándote las manos. Y pensé que me había ganado la primera torta de mi vida, bien merecida para mí desconsuelo. Pero en lugar de eso te sentaste frente a mí, y recogiendo lentamente las migas de tostadas desperdigadas de la mesa me comenzaste a hablar, yo no sé bien si sólo a mí, de tus distancias. Hay tantas, decías. Hay distancias en el tiempo, irreversibles, distancias de amores que fueron, que nadie quiere tocar, distancias con la familia que convierten cualquier otro lugar en extraño, distancias que nos imponemos, religiosas o políticas. Distancias con los desaparecidos y con los que vendrán. Hijo, tu vida, gravitará en un mundo sustentado por tus distancias. Cada una de ellas será un hilito, un vínculo con otras personas, con tus recuerdos y sueños, con los lugares que andarás. Aprenderás a romper unas, las que puedan liar a otras o hacerte perder el equilibrio y a soportar con firmeza aquellas que te serán imprescindibles.
Y mientras te escuchaba me imaginaba en el centro de una enorme telaraña rodeado de miles de cuerdecitas y sólo la evocación de esta imagen ya me creaba la angustia que debe padecer la presa de la araña misma.
-Pero mamá, yo no tengo tantas manos-
Y al ver mi expresión un tanto asustadiza, comenzaste a reírte de mi ingenuidad, tu risa me sacó en brazos de mi fugaz maraña imaginaria y supe en ese instante que toda mi vida hasta entonces dependía de mi distancia segura hacia ti.
-De todas ellas, hijo, preocúpate sólo de una. Aquella que te une a ti mismo, si tu propia distancia es pequeñita- me decías suavemente, marcando la medida exacta entre el pulgar y el índice.- menos extrañas te parecerán todas las demás-.
Para un niño que respondía con los dedos cuando le preguntaban la edad, comprender aquello no era fácil, y recurrí a la cara de interrogación, que tan bien me salía, frunciendo mucho el ceño, casi con enfado, esperando la traducción a mi lenguaje infantil. Entonces hiciste algo que me sorprendió tremendamente, esparciste de nuevo, sobre la mesa, las migas de pan que habías reunido en tu mano y pensé que te habías vuelto loca o que había acabado con tu paciencia. Hasta que descubrí, en unos segundos, con asombro, un universo formado de diminutas porciones a las que ibas ligando nombres y conceptos: esta de aquí, es tu futuro, y estas otras tus sueños, aquí está papá, y esta tan redondita será tu novia, y este morenito de corteza, eres tú, ¿y sabes? Todas tienen algo en común-, decías mientras me observaba, tan minúsculo, sobre la mesa.- harina, levadura y sal.
Levanté la vista persiguiendo en tus ojos la explicación definitiva al complejo mundo de los bollos.
-si no conoces tus propios ingredientes -aclaraste- no sabrás que eres pan y en este mundo de migas, serás siempre un extraño
-¿y cómo sé yo de qué estoy hecho? Te pregunté.
-lo aprenderás en los libros, tonto-. Resumiste sonriendo
Y de esta forma rompiste en mil pedazos mi perfecto plan que aquella mañana de octubre sobre la mesa de la cocina había elaborado con maestría y creía infalible para no ir al colegio. Ahora el colegio no sólo estaba ridículamente cerca, además lo necesitaba imperiosamente para acortar las distancias con el mundo y con mi padre.

No tuve nunca, o casi nunca la sensación de un extraño en los años que pasamos en Alemania. Encaré una nueva vida con la seguridad de saber cuáles eran mis distancias vitales y aprendí a tirar de ellas. Me esforcé por conocerme, a medir la longitud de mi intimidad para recortar el espacio con el mundo. Años más tarde, mientras hablaba a mis hijos con un puñado de migas de pan en las manos emulando tus lecciones, me quedé en silencio un largo rato, evocando aquella mañana.

Ahora. Camino despacio. Recordándote. Creo que deben ser las últimas brisas, apenas balancean las hojas secas de esta vereda. Se vacía la tarde con urgencia por abandonarse. Te hubiera gustado ese horizonte que enrojece su despedida, tiene la suavidad de tus miradas. Lo demás es todo silencio. Enmudece el aire y me acerca a ti. Te percibo entretenida de espaldas a mí, como si nada hubiera cambiado desde aquel día en la cocina. De todas las distancias que me enseñaste se te olvidó una. Aquella que no existe