lunes, 29 de noviembre de 2010

sobre preguntas fáciles y respuestas difíciles

Hace poco comí con una amiga mía, un día de estos laborales. Hablábamos por hablar, frente a frente, en una  escueta mesita, en el restaurante de un polígono, con la satisfacción que proporciona incrustar al paréntesis laboral una conversación banal.  (No tiene  uno, además, la necesidad de interpretar ningún otro  papel social. El equilibrio de actores es el mismo en el restaurante de un miércoles. Se va a comer. Y poco más). De modo que conversábamos casi sin mirarnos, más pendientes del acierto del tenedor,  arropados con el descaro que proporciona el exilio consentido del trabajo.  La escuchaba a ella, y me entretenía al mismo tiempo escudriñando de reojo las charlas vecinas, mirando de vez en cuando el fondo autista de una televisión, pendiente del trasiego de los camareros, inquieto en todo caso, por mi segundo plato, consciente que una postura de indiferencia es  la diferencia que permiten  la comodidad de estas posturas. Ella hablaba, con locuacidad y cierta complicidad y yo asentía o hablaba , y ella comía; soltó, entonces, repentinamente una pregunta que me desconcertó.  (Creo recordar que la conversación giraba, a salto de mata, en torno a la  vida en general, las experiencias, incluso el  amor, las desilusiones, las parejas… no sé bien...). - Pero a ver dime. Preguntó con el cuchillo en la mano izquierda ¿Tú  qué es lo que más valoras en la otra persona?-  Y digo me sorprendió no porque la pregunta me pareciera que invadiera en exceso mi intimidad, o  estuviera fuera de lugar, o excesivamente escolar,  cualquier contestación habría servido entre amigos.  Me sorprendió porque siempre me atasco cuando trato de explicar que admiro por encima de todo a aquellas personas que tienen “consciencia de su existencia”. (Ahí es ná) Pero mi interlocutora es infinitamente más ágil e inteligente que yo, y sin inmutarse y sin dejar el postre vivo, vino a refundirme lo que yo mismo quería decir.  (En tanto esto es un blog particular sobre literatura  y no me pagan, no entraré en detalles…, o lo hago más adelante).  De cualquier modo, a lo qu voy…,  eso es lo que esconden las lecturas que mejor captan mi atención: El placer de invadir  la existencia de otro, a través de su propia consciencia, para entender mejor la nuestra.  (ein?).

2 comentarios:

  1. Pues claro Peluí. Esa es la gracia. Si una lectura te deja indiferente, frios los pies, pues apaga y vamonos. Y tienes razón en una cosa, invadir la existencia de otro para entender la de uno mismo, es todo un placer. Como dices, ahí es ná.

    Anita Noire

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  2. es fácil invadir la existencia del otro, cuando la tuya ante él/ella se muestra veraz, cristalina y transparente... puedes ser generador de esos ambientes mágicos, pero la clave siempre está en tu autenticidad, sin miedos, complejos o artificios.

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